
cómo los datos publicados en The Lancet modificaron la percepción de la Sputnik V en el mundo

La aparición de la vacuna rusa en el horizonte sanitario global propició una inmediata campaña de descrédito con evidentes tintes geopolíticos, que ahora se ve forzada a remitir.
El mismo día en que las autoridades sanitarias rusas registraron la vacuna Sputnik V, la periodista española Pilar García de la Granja, empleada del grupo Mediaset y corresponsal del canal Telecinco en EE.UU., expresó de manera tan contundente como gráfica su rechazo al nuevo fármaco: “Yo no me pongo la vacuna de Putin ni atada”, escribió en Twitter.
Más allá de la muy relativa importancia de su decisión personal, su reacción visceral e inmediata, disparada como un acto reflejo frente a la mera aparición en escena de una vacuna rusa, sirve al menos como muestra de una actitud lamentablemente extendida en el espectro mediático de Occidente, en especial entre los voceros periodísticos de los poderes más conservadores de cada país, aunque no solo ahí.
La referencia a la Sputnik V como “la vacuna de Putin” es también una constante en el discurso de sus inmediatos detractores, lo que pone en evidencia que su rechazo y su desconfianza tienen un carácter mucho más político e ideológico que científico. En un “análisis” del 12 de agosto, la cadena CNN llegó a cuestionar directamente si “una vacuna de Vladímir Putin” era digna de confianza, dejando de lado cualquier consideración sobre sus bases biológicas, sobre las que, como veremos, ya había información disponible.
Ahora, la vacuna rusa ya cuenta con el respaldo de la comunidad científica internacional, certificado con la publicación de sus resultados inmunológicos en la reconocida revista The Lancet, que confirma una eficacia de más del 91% y la ausencia de efectos adversos graves.
Ello ha contribuido decisivamente a rebajar el clamor crítico contra el fármaco desarrollado en Moscú, y ha puesto en evidencia, retrospectivamente, la innecesaria inflamación mediática y el alarmismo informativo que cundió como reacción primaria de Occidente ante una propuesta rusa para atajar una crisis sanitaria que nos afecta a todos.
¿Información científica? Prefiero mis prejuicios, gracias
Si bien tenía cierta lógica mostrar cierta extrañeza, e incluso inquietud, ante el anuncio temprano de una vacuna pocos meses después del estallido de la pandemia, también era posible informarse mínimamente sobre las causas estructurales de esa rapidez, en lugar de lanzarse a ciegas a condenarla sin juicio previo.
Lo cierto es que los raíles biotecnológicos por los que avanzó el desarrollo de la vacuna Sputnik V estaban ya construidos hacía años, y resultaron clave en la rapidez con la que se ha obtenido el fármaco. Ello, unido a un trámite burocrático acelerado por las autoridades rusas en ágil respuesta a la emergencia sanitaria –muy similar, por otra parte, al practicado en el resto de países que trataban de impulsar sus vacunas– , explica en buena medida el tiempo récord logrado en el registro de la Sputnik V.
Por concretar un poco más: en una entrevista concedida a Meduza, a finales de julio de 2020, el microbiólogo Denis Logunov, creador de la vacuna Sputnik V, explicó que, en el momento en el que surgió la necesidad de hacer frente al SARS-CoV-2, su laboratorio tenía ya avanzado un proyecto vacunal contra el MERS, “el hermano más cercano del grupo de los betacoronavirus”.
“Fue mucho trabajo, habíamos llegado a la segunda fase de ensayos clínicos”, recuerda el científico. “Por eso, cuando apareció otro coronavirus, no tuvimos dudas sobre qué y cómo hacer. No hubo angustia creativa. Fue literalmente copiar y pegar”.
Años antes, además, se habían establecido ya las bases químicas del funcionamiento inmunológico de la actual Sputnik V, durante el desarrollo de una vacuna contra el ébola por parte del Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, la misma institución que ofrece ahora el antígeno contra el covid-19.
En resumen, el desarrollo de la vacuna Sputnik no empezó de cero tras la aparición del nuevo coronavirus, sino que partió de un trabajo científico muy avanzado ya, en el que simplemente fue necesario implementar modificaciones.
¿Sirvió esta información para comprender mejor la velocidad del desarrollo de la vacuna Sputinik V y ampliar, aunque fuese mínimamente, el margen de confianza que se le concedía en Occidente? Obviamente no: la vacuna seguía siendo, al fin y al cabo, “de Vladímir Putin”.
“No tenemos por qué creer a Putin”
El abordaje que el diario español El País ha hecho del desarrollo de la Sputnik V ejemplifica perfectamente este tránsito entre el desmedido descrédito inicial y la aceptación de un dictamen científico favorable.
El día 13 de agosto, dos días después del registro de la vacuna en territorio ruso, su sección de opinión albergaba un artículo titulado, con restallante originalidad, ‘La vacuna de Putin’, que incluía frases como: “El remedio ruso contra el coronavirus solo tiene de novedoso haberse saltado todas las normas” u otras reflexiones tan científicas como “no tenemos por qué creer a Putin”.
El mismo periódico reconoce este mismo martes, tras la publicación de The Lancet, que “la vacuna rusa Sputnik V está venciendo poco a poco el escepticismo generalizado con el que fue recibida en la comunidad científica internacional”, en una nota que reporta fielmente el reconocimiento recién obtenido en Occidente, pero que tiene a bien recordar, por si acaso, que “el presidente ruso, Vladímir Putin, ha utilizado la vacuna con fines propagandísticos desde el primer momento”.
El contraste entre ambas publicaciones no ha pasado desapercibido para el público, que lo ha criticado en las redes sociales.
Comentarios recientes